Según datos estadísticos de la CEPAL1, apenas un 45,4% de las mujeres mayores de quince años en Chile es económicamente activa (que tiene o está buscando empleo), frente a un 72,9% en los hombres. Y dentro del porcentaje de las que trabajan, aquellas que tienen entre 10 y 12 años de educación cursada (es decir, por lo menos hasta segundo medio) ganan -en promedio -un sueldo que equivale al 68,6% de lo que ganaría un hombre con los mismos años cursados. Con 13 años o más (un año de universidad, o más) la brecha es mayor: el sueldo que recibiría una mujer equivale a poco más de la mitad del que recibiría un hombre.
Un sin fin de datos más podríamos revisar, pero es fácil ver lo que los que ya hemos visto nos dicen, la situación económica de hombres y mujeres es claramente distinta, siendo las últimas las menos beneficiadas. Y si bien la información vista se refiere solo a lo laboral, esta es el reflejo de cómo se piensa no sólo en Chile sino en el mundo. Las circunstancias son similares en muchas otras partes del mundo, por no decir en todas. Los hechos saltan a la vista, desde la forma en que se trata a mujeres como verdaderos objetos sexuales en programas o medios “populares” como Morandé con Compañía o el periódico La Cuarta hasta el simple hecho de llamar “amachadas” a ciertas mujeres o, del lado opuesto, “afeminados” a ciertos hombres. Se suele pensar que hay una forma correcta (o varias) de cómo ser hombre o de cómo ser mujer y de cómo se relacionan ambos géneros. Todo lo que salga de esas formas “correctas” es reprochado o de cierta forma marginalizado. De allí el origen, también, de la homofobia. Otro hecho que ilustra el machismo propio de nuestra sociedad es el femicidio y la violencia hacia la mujer en general. No es casual que cerca del 80% de los agresores a mujeres que han sido vícitmas de violencia en países como Colombia y Bolivia hayan sido personas conocidas de la víctima; o que exista en varios países de Latinoamérica un porcentaje superior al 4% de mujeres que han sido violentadas sexualmente por sus parejas.
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Un sin fin de datos más podríamos revisar, pero es fácil ver lo que los que ya hemos visto nos dicen, la situación económica de hombres y mujeres es claramente distinta, siendo las últimas las menos beneficiadas. Y si bien la información vista se refiere solo a lo laboral, esta es el reflejo de cómo se piensa no sólo en Chile sino en el mundo. Las circunstancias son similares en muchas otras partes del mundo, por no decir en todas. Los hechos saltan a la vista, desde la forma en que se trata a mujeres como verdaderos objetos sexuales en programas o medios “populares” como Morandé con Compañía o el periódico La Cuarta hasta el simple hecho de llamar “amachadas” a ciertas mujeres o, del lado opuesto, “afeminados” a ciertos hombres. Se suele pensar que hay una forma correcta (o varias) de cómo ser hombre o de cómo ser mujer y de cómo se relacionan ambos géneros. Todo lo que salga de esas formas “correctas” es reprochado o de cierta forma marginalizado. De allí el origen, también, de la homofobia. Otro hecho que ilustra el machismo propio de nuestra sociedad es el femicidio y la violencia hacia la mujer en general. No es casual que cerca del 80% de los agresores a mujeres que han sido vícitmas de violencia en países como Colombia y Bolivia hayan sido personas conocidas de la víctima; o que exista en varios países de Latinoamérica un porcentaje superior al 4% de mujeres que han sido violentadas sexualmente por sus parejas.